
Resumen
Este texto sobre los contornos del erotismo masculino dominante entre los hombres “consumidores de prostitución” en España y las principales “ideologías de género” entre los mismos, se inicia con un recorrido por la principal literatura científica que se ha publicado sobre este tópico. Esta revisión bibliográfica fue contrastada con los resultados obtenidos en una investigación propia, realizada en el territorio español durante el período 2010-2013 y financiada por el Instituto de la Mujer del Gobierno de España. En dicha investigación, se aplicó la perspectiva teórica del frame analysis —“marcos de interpretación”—, obteniéndose una clasificación de clientes similar a las categorías manejadas por otros autores: relato misógino, relato amigo, relato consumista y relato crítico.
Palabras clave: Prostitución, masculinidad, marcos de interpretación
Abstract
This paper deals with the dominant male form of eroticism and the main gender ideologies amongst users of prostitution in Spain. It begins with a review of the literature on this theme. This previously published work is then compared and contrasted with the results of our own research, carried out in the period 2010-2013 and financed by “Instituto de la Mujer” of the Spanish government. From the theoretical perspective of frame analysis we obtained a classification of clients: misogynist frame, friend frame, consumer frame and critic frame. These categories are compatible with those obtained in earlier approaches.
Key works: Prostitution, masculinity, frame analysis
Introducción
Siempre que se aborda el fenómeno de la prostitución, el debate suele derivar en una confrontación entre las posiciones que defienden su legalización y estiman que las mujeres en prostitución son trabajadoras sexuales, y aquellas otras que consideran que es un efecto del patriarcado y de la violencia de género (Gimeno, 2012). Normalmente, el foco se dirige hacia las mujeres en prostitución, abarcando cuestiones tales como las causas de por qué las mujeres se prostituyen, si son víctimas o no de trata, si están de forma voluntaria o coaccionadas, etc., obviándose e invisibilizándose a un actor fundamental sin el cual este fenómeno no se podría entender: el “cliente” de prostitución o putero.
La prostitución es un fenómeno eminentemente generizado, pues el 90% de las personas que la ejercen son mujeres, mientras que el 99,7 % de la clientela son hombres (Ayuntamiento de Sevilla, 2011). Además, según indican las estadísticas, España es el primer país europeo consumidor de servicios de prostitución (APRAMP, 2011) y también el primer destino de las víctimas de trata (Meneses, 2016). De hecho, las encuestas de salud sexual realizadas a escala nacional y europea apuntan hacia un incremento significativo en las relaciones sexuales comerciales, especialmente en nuestro país. Los resultados de una encuesta realizada en el año 2003 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), indican que el 27,3% de los hombres manifestaron haber tenido alguna vez relaciones sexuales en el ámbito de la prostitución (INE, 2003). En el año 2009, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) estimó que el 32,1% de hombres mayores de 16 años había recurrido a servicios de prostitución, frente al 0,3% de mujeres (CIS, 2009). Por su parte, el Sexual Behavior and HIV/AIDS in Europe, el estudio europeo más exhaustivo realizado hasta el momento sobre hábitos sexuales y sanitarios en el continente europeo, situó a España en el primer lugar en cuanto a relaciones sexuales en el contexto prostitucional: casi cuatro de cada diez varones españoles reconocen haber mantenido alguna vez en su vida relaciones sexuales de pago.
¿Qué les pasa a los hombres de hoy en día para que compren masivamente sexo de pago? ¿Por qué acuden frecuentemente a espacios prostitucionales? ¿Cómo construyen y viven su erotismo? ¿Estamos ante una especie de “agonía de eros”2 o ante una cultura sexual particular? Esta serie de preguntas se pretenden responder mediante el análisis y la reflexión de los resultados obtenidos en varias investigaciones que se iniciaron en el año 2004 (Gómez et al, 2009; Gómez et al. 2015), a través de la realización de entrevistas a “puteros” y a hombres en general. En estas investigaciones, los discursos de los “clientes” entrevistados constituyeron el tópico central de este trabajo.
Revisión de literatura
Las investigaciones que analizan —y en algunos casos clasifican— al cliente de prostitución son relativamente recientes. A nivel internacional, el autor pionero en esta temática fue Sven-Axel Manson, quien estudió el fenómeno de la prostitución a partir de la década de 1970, desde el punto de vista de los hombres y el clientelismo. Manson divide en cuatro grupos a los clientes de prostitución: el primero está formado por hombres que alimentan la fantasía de la “puta guarra”; el segundo lo conforman los que quieren experimentar formas de actividad sexual no habituales; en el tercer grupo se encuentran quienes por miedo, timidez, edad avanzada o minusvalía acuden a la prostitución como un consolador; por último, el cuarto grupo está constituido principalmente por jóvenes que tienen una visión de lo sexual definida por la pornografía, la publicidad y los programas de ocio (Manson, 2001).
Otra destacada investigación es la efectuada por Claudine Legardinier y Saíd Bouamama (2006), quienes realizan una tipología de los clientes donde se identifican cinco grupos de clientes. En el primer grupo, que engloba un 75% de los casos, se encuadran los hombres que justifican su condición de “prostituidores” como un derivado de sus propias insuficiencias sexuales, sociales y afectivas. El segundo grupo reúne a los que se justifican apelando a la desconfianza, el temor y el odio que les inspiran las mujeres. El tercer grupo incluye a los “consumidores de mercancías”, que se acogen a su condición de “consumidores” para “comprar” aquello que se “vende”. El cuarto grupo engloba a los que desean cumplir un imperativo de la sexualidad, de forma que pagan para ahorrarse problemas. Por último, el quinto grupo aglutina a los adictos al sexo.
Sin embargo, la mayoría de las investigaciones que analizan los motivos que alegan los hombres para demandar este tipo de servicio no elaboran una tipología de los éstos. Así, Anne Allison (1994) analizó el consumo de prostitución en los clubs de Japón por parte de los hombres de negocios. Una de sus conclusiones es que el consumo de prostitución es más bien un ritual de pertenencia al grupo masculino, utilizado como ocio organizado entre el grupo de pares (salidas nocturnas, reuniones de trabajo, despedidas de soltero, etc.). Allison afirma que muchos hombres se sienten coaccionados por el grupo, por lo que el consumo de prostitución funciona como una forma de control del género masculino, para demostrar ante el grupo de pares que son “totalmente hombres”. Una perspectiva diferente es la de Giusta, Di Tommaso y Strom (2008), quienes analizaron la oferta y demanda de prostitución y concluyeron que la mayoría de los hombres que utilizan estos servicios se sienten excitados por la idea de lo ilícito, de la transgresión: para ellos la mujer se prostituye por gusto, no por dinero. La sociabilidad como motivo del cliente de prostitución se recoge en la investigación realizada en Brasil por Elisiane Pasini (2000), donde se habla del hombre “habitual” para definir al cliente de prostitución. La necesidad de dominación se destaca en un trabajo sobre los clientes finlandeses publicado por Anne-Maria Marttila (2003), donde se relaciona la demanda de sexo de pago con las estructuras de poder generalizadas y con la necesidad de dominación. La diversión y el deseo de experimentar otras experiencias sexuales está presente en Melissa Farley, Julie Bindel y Jacqueline M. Golding (2009), quienes, a partir de entrevistas a clientes de prostitución en Inglaterra, concluyen que para más de la mitad de los encuestados el motivo principal para consumir sexo de pago es recibir satisfacción inmediata, entretenimiento y placer, así como “variar de mujeres”.
En España, el primer trabajo que analiza al cliente de prostitución es de José L. Solana (2002), donde se distinguen dos tipos de clientes: los objetualizadores y los personalizadores. Posteriormente, Mª José Barahona y Luís M. García (2003), a partir de entrevistas a clientes españoles, extrajeron los motivos para pagar por servicios sexuales: insatisfacción de las relaciones con sus parejas; mayor frecuencia y variedad de relaciones sexuales; poder derivado del hecho de pagar servicios sexuales; satisfacer fantasías sexuales; y, por último, búsqueda de diversión. Utilizando también la realización de entrevistas a consumidores de prostitución, Rafael López y David Baringo (2007) establecen seis categorías de clientes: hombres a los que les costaba relacionarse con mujeres; varones que salían en grupo para divertirse; hombres casados que deseaban tener relaciones extramaritales como infidelidad menor; varones que tenían crisis de pareja; hombres que acudían por cuestiones derivadas de su ámbito laboral o de negocios; y, por último, varones jóvenes que alegaban menor complicación y esfuerzo. Carmen Meneses (2010) analiza los motivos que tienen los hombres para pagar por sexo. A partir de entrevistas, las tres razones principales fueron: poder elegir a distintas mujeres, pensar que el sexo de pago genera menos problemas y tener sexo rápido e impersonal. Enrique J. Díez (2012) afirma que cada vez son más los hombres que buscan prostitutas para dominarlas: los hombres han experimentado una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto hacia las mujeres.
En torno a las identidades masculinas
Antes de abordar el análisis de los datos obtenidos en esta serie de investigaciones, es necesario reflexionar sobre el sistema sexo/género y la construcción de las masculinidades. La antropóloga cultural Gayle Rubin define el sistema sexo/género como una “tecnología sexual (...) por la cual la sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana” (Rubin, 1996). El género es uno de los elementos mediante los cuales el poder y los recursos son distribuidos en la sociedad, y es a través de ellos que los individuos modelan los significados de sus vidas. Para abordar este hecho social, se parte de la consideración de que cualquier estudio realizado con perspectiva de género es un estudio de las relaciones asimétricas de poder y oportunidad que cada individuo tiene en la sociedad, en función de su cuerpo sexual (Ortner, 1979). Como consecuencia, el orden sociosexual es una forma de disponer la práctica social que se organiza en prácticas simbólicas que pueden permanecer más tiempo en la vida de un individuo y se relacionan con el discurso, la ideología o la cultura.
Actualmente, existe un “patriarcado de consentimiento” (De Miguel, 2015), en el que el sometimiento es de carácter intencionado. Autores como Pierre Bourdieu subrayan que la “dominación masculina” comporta una dimensión simbólica, donde el dominador (el hombre) debe conseguir obtener del dominado (la mujer) una forma de adhesión que no se basa en una decisión consciente, sino en una sumisión inmediata y pre-reflexiva de los cuerpos socializados. En este contexto, se construyen las categorías de lo masculino y lo femenino que deben ser entendidas como categorías políticas. Badinter (1993) considera que la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología, que tiende a justificar la dominación masculina. El antropólogo David Gilmore intentó buscar la raíz del poder masculino y afirmó que en muchas culturas se cree que los hombres son creados artificialmente y las mujeres naturalmente, por lo que los hombres deben ponerse a prueba entre sí para demostrar su hombría: “…los hombres se hacen, las mujeres nacen (...) la masculinidad es frágil, siempre en duda, bajo sospecha y se encuentra prácticamente en cualquier sociedad” (Gilmore, en Gutmann, 1999).
La masculinidad hegemónica resulta conformada aún por lo fálico, lo sexual y el sometimiento calculado. De ser cierta esta hipótesis, la sexualidad es uno de los ámbitos en que el varón se prueba a sí mismo y ante los demás como “hombre”. Para Kimmel (en Carabí y Segarra, 2000), la virilidad debe ser examinada por otros hombres desde una “validación homosocial”, es decir, desde el escrutinio que ejercen otros hombres para aceptarlos en el reino de la virilidad. En efecto, la mayoría de los hombres creen que las conquistas sexuales les dan reputación: a mayor número de relaciones sexuales, mayores condecoraciones de hombría. Bourdieu (2000) asevera que “el acto sexual es por consiguiente representado como un acto de dominación, un acto de posesión, como la ‘toma’ de la mujer por el hombre”.
De esta forma, la identidad masculina y su relación con la práctica prostitucional no se construyen en referencia a la mujer en prostitución, sino en referencia a la virilidad masculina en sí y en relación con el resto de los hombres, que encuentran en la demanda de sexo comercial una oportunidad de realización identitaria.
Metodología
La importancia de los estudios de masculinidad radica en su capacidad para analizar las prácticas y representaciones de los varones desde sus especificidades de género, siendo dichas prácticas parte de relaciones sociales que colocan a los hombres mayoritariamente en una posición de dominación. La identidad masculina no responde actualmente a un modelo común, sino a una construcción colectiva configurada previamente en las instituciones, y que se ejerce a través de las prácticas sociales. El consumo de prostitución viene a resaltar estas características, en donde en un mismo contexto cultural conviven distintos modelos de masculinidad que operan con mandatos de género diferenciados, y en donde la sexualidad es una expresión del ejercicio de dominación y poder sobre los cuerpos de las mujeres en nuestra sociedad.
Debido a la heterogeneidad del perfil sociológico de los clientes, en este trabajo se optó por clasificarlos en función del “relato” elaborado en relación con su experiencia y percepción en torno al fenómeno de la prostitución. Para analizar sus narraciones, se optó por aplicar el marco teórico del frame analysis (Gerhards, 1995; Goffman, 1974), con el fin de estructurar coherentemente sus relatos y clasificarlos en categorías para mejorar su manejo y comprensión. Este método de investigación es actualmente muy utilizado para analizar cómo las personas entienden las situaciones y actividades desde múltiples disciplinas. Con este tipo de análisis, se propone identificar la lógica interna de los “marcos interpretativos” dominantes, poniendo énfasis en las diversas representaciones que realizan los actores sociales, mediante un principio de organización que transforma la información fragmentaria en un problema político estructurado y significativo. Por lo tanto, los marcos son construcciones que dan significado a dicha realidad y estructuran la comprensión de la misma (Snow et al. 1993; Tarrow, 1997).
En el siguiente apartado, se describen las dimensiones de enmarcamiento centrales en el discurso ideológico de los clientes de prostitución en nuestro país, y sus proclamas legitimadoras de objetivos, intereses e ideologías, a partir de las declaraciones extraídas en las entrevistas individuales y grupales realizadas a estos individuos. Para ello se realizaron entrevistas en profundidad semidirigidas a 29 clientes, 13 mujeres en prostitución, 3 dueños de clubes y/o pisos, 4 trabajadores de clubes y/o pisos y 23 técnicos sociales, académicos y/o profesionales de los servicios sociales; además, se llevaron a cabo 3 entrevistas grupales a grupos de hombres. Nuestro objetivo es establecer una tipología de clientes de prostitución a partir del análisis de sus discursos, lo que diferencia esta investigación de otras que nos anteceden. Se trata de entender por qué los hombres acuden al sexo de pago en la sociedad española, en un momento histórico en el que cada vez las relaciones afectivo-sexuales son más abiertas y libres.
Resultados
En el año 2004, iniciamos una serie de investigaciones sobre el fenómeno de la prostitución en España, centrando el objeto de estudio en los relatos masculinos de los hombres demandantes de sexo comercial. El primer hallazgo de nuestra investigación se refiere a la inexistencia de un perfil sociológico concreto entre el grupo de hombres que pagan por tener sexo con mujeres: ni la edad, ni la clase social, ni el hábitat, ni la etnia, ni la formación, ni la ocupación ni la ideología política servían para perfilar un modelo estadístico estereotipado del “putero”. Para analizar las narraciones obtenidas y producidas por los hombres que pagan por tener sexo con mujeres en prostitución, se optó por aplicar el marco teórico del frame analysis (Gerhards, 1995; Goffman, 1974), con el fin de estructurar coherentemente sus relatos en relación con el sentido que le dan a la acción de la compra de sexo comercial y clasificarlos en categorías, para mejorar el manejo y comprensión de las mismas.
A continuación, se abordan los cuatro relatos prostitutivos a partir de los discursos de los hombres entrevistados. La primera tipología se refiere al llamado “relato misógino”, que considera que las mujeres en prostitución ejercen porque quieren y porque les gusta este trabajo por ser cómodo y por ganar mucho dinero sin realizar grandes esfuerzos. Las perciben como expertas y profesionales del sexo.
Figura 1. Identidad y relato misógino
El “relato consumista” cosifica a la mujer en el ámbito sexual como una opción de consumo frente a la feminidad afectiva asexuada de la mujer-compañera: “si todo se puede consumir, ¿por qué no también cuerpos?”. Este es el relato más abundante entre los jóvenes, que consideran que la prostitución es un producto más, una mercancía que cualquier consumidor tiene derecho a comprar si paga por ella. Dentro de este grupo se identifica una subcategoría, asociada a hombres cultos y con conciencia política, y que buscan cierta especialización y calidad en el objeto comprado: práctica sexual específica, calidad en general, etc.
Figura 2. Identidad y relato consumista
El “relato amigo” trata a la mujer en prostitución como una amante libre, pero reproduce los parámetros del sexismo tradicional según el cual la mujer se realiza satisfaciendo al hombre. Además, muestra empatía con las situaciones que sufren las mujeres que ejercen la prostitución pero no deja por ello de consumir sexo de pago.
Figura 3. Identidad y relato amigo
Por último, el “relato crítico”, humaniza a la mujer en prostitución al identificarla como sometida a una práctica de explotación económica -no sexual- y a una injusticia social. Los hombres de esta tipología discursiva se ven abocados al uso de servicios de prostitución por situaciones de crisis sexual-afectiva.
Figura 4. Identidad y ethos crítico
En la Figura 5 se representan estas cuatro tipologías discursivas en relación con su sexismo y el imaginario femenino vinculado a las mismas. Los dos ejes principales están definidos por la reificación y consideración de igualdad hacia las mujeres. El nivel más alto de reificación corresponde a los relatos misógino y consumista, donde la cosificación de las mujeres viene dada por su escaso valor social (misógino) o por su valor como mercancía (consumista). El nivel más bajo de reificación corresponde a los relatos amigo y crítico, donde se establece una humanización o empatía con una vertiente afectivo-sexual o política.
Figura 5. Tipología de los relatos de los clientes de prostitución, su sexismo y sus imaginarios femeninos
Estos relatos dan lugar a sus correspondientes identidades definidas por la puesta en escena del yo (self). El homo sexualis (misógino) que se define fundamentalmente por su sexualidad activa y por su oposición a las mujeres, contra las que se hay que defender porque sus intereses son contrapuestos y se culminan a costa de los intereses de los hombres, viendo a las mujeres como falsas y viciosas ('todas unas putas'). El homo consumericus (consumista) desliga la mujer mercancía (mujer hipersexuada) de la mujer compañera (mujer afectiva). Para el homo amicus las mujeres pueden ser malas (las que cuestionan la hegemonía político-sexual masculina) o buenas (las que la aceptan). Por último, el homo politicus (crítico) para el cual las mujeres están divididas entre aquellas que están estructuralmente oprimidas y explotadas por su condición de tal y aquellas que ya han alcanzado la liberación enfrentándose al orden capitalista y patriarcal (Gómez et al, 2015).
Tal y como se desprende de las diferentes investigaciones que hemos analizado, el consumo de sexo de pago por parte de los varones se deriva de una forma concreta de entender el “ser hombre”. Así, si en el pasado los valores tradicionales del varón eran la paternidad responsable y el rol de protector y proveedor de la familia, hoy en día la virilidad se construye a través de una “compulsiva vida sexual” que se presume delante del grupo de pares masculinos. Desde nuestra perspectiva sociológica, la compra de sexo de pago no se produce por la búsqueda de sexo de calidad, por diversión y por disfrute hedonista, sino que es una estrategia de reforzamiento de una masculinidad conformada por una identidad que gira en torno a la exhibición frente al grupo de pares, del “uso del falo” y de la práctica sexual frecuente con mujeres (Gómez y Pérez, 2013).
Conocer el perfil del cliente ha permitido visibilizar que la compra masiva de sexo de pago en nuestro país deriva de una serie de formas de entender un tipo de cultura sexual y una masculinidad y sexualidad claramente misógina, cuyo patrón debe ser alterado a través del diseño de estrategias para la sensibilización y comprensión de la realidad de la prostitución y de sus víctimas, tal y como recomienda la Directiva 2011/36/UE de la Unión Europea en su artículo 18.1., en el marco de la lucha contra la trata de personas, y el propio Parlamento Europeo, que en 2014 recomienda perseguir al cliente que compra sexo de pago con personas menores de 21 años.
DISCUSIÓN DE RESULTADOS
En el actual contexto de crisis social e ideológica que estamos atravesando, la incertidumbre, la desorientación y la imprevisibilidad del futuro nos aboca a un momento de fuerte reflexión intelectual sobre el devenir y sobre el propio sentido de la vida (Bauman, 2015; Laval y Dardot, 2015; Han, 2014). Por todo ello, es importante abrir la consideración teórica sobre uno de los ámbitos claves para darle sentido a la existencia: el orden sociosexual, una de las marcas más fuertes de estos tiempos, cada vez más confuso y complejo9. Consiguientemente, la teorización sobre la sexualidad humana se ha convertido en una tarea básica para los científicos sociales dedicados a la elaboración de nuevas teorías de la persona, la identidad y las corporalidades humanas. Hoy por hoy, la prostitución de mujeres es un indicador de la cultura sexual dominante en las sociedades patriarcales post-capitalistas que no se puede obviar. Si bien la prostitución se ha convertido en un tópico como fenómeno universal, sus manifestaciones históricas y culturales nos remiten a un fenómeno muy complejo y variado en sus formas pero siempre anclado en las desiguales relaciones de género.
Desde un enfoque en términos de dinámicas sociales, se observa que en nuestro país, en las últimas décadas, se han sucedido una serie de paradigmas sociosexuales que han marcado la cultura afectivo-sexual y la debilidad emocional de nuestra población. En el periodo franquista dominaba un modelo paradigmático basado en una “sexualidad sacralizada”, donde el sexo poseía un único fin procreador y se realizaba solo dentro del marco de la unión conyugal y familiar. Posteriormente, durante la transición política, en el periodo postsesentaochista, emergió un nuevo canon basado en el sexo naturalizado, fisiológico y normalizado conectado con la necesidad emocional y a la liberación sexual, lo que impusó una sexualidad elástica y hedonista, entendida como una vía para el placer y la realización personal como espacio lúdico compartido democráticamente entre compañeros/as e iguales (Sáez, 2015). Finalmente, y con la llegada de la fase de capitalismo neoliberal de consumo avanzado, germinó un nuevo patrón sociosexual porno-liberal, que supuso la comercialización de las relaciones humanas y de un deseo compulsivo y consumista desmedido, que junto con una poderosa industrial patriarcal de la cultura y el “ocio” (De Miguel, 2015:10; Sáez, 2015), ha derivado en la construcción de una identidad masculina narcisista, hipersexualizada y pornificada, desde una racionalidad neoliberal generando graves limitaciones de empatía y afecto.
Es importante destacar que cada uno de estos paradigmas se corresponde directamente con diversos modelos de masculinidad diferenciados, que oscilan entre el modelo hegemónico hipersexual imperante y otros que no poseen la misma hechura y son consideras masculinidades alternativas (hombres corresponsables, progresistas, feministas, transfeministas, por la igualdad, etc.), subordinadas (desviados de la norma heterosexual dominante), cómplices (aquellos que no son machistas pero que se pliegan y adoptan a la norma hegemónica) y/o marginadas (desviados y/o disidentes) y que en algunos casos comparten con la masculinidad hegemónica un modelo de ocio y diversión que se despliega en los espacios prostitucionales (Connell, 1987). No parece que la emergencia de nuevas masculinidades, tras el declive de los modelos tradicionales de ser hombre, supongan la desaparición de las bases culturales en la significación entre géneros sobre las que se asienta este fenómeno, por lo que no cabe considerar que se vaya a producir un punto de inflexión provocado por un cambio generacional o por nuevos modelos familiares. La vieja masculinidad hegemónica construida exclusivamente en base a la idea del padre de familia proveedor (y asimiladas) se diluye y dispersa en formas diversas, que conviven en el espacio de la hegemonía identitaria, en donde pasamos a hablar de masculinidades siempre definidas en un escenario reproductivo (Connell, 1987). Los parámetros estructurales de la construcción de las identidades de género no parecen alterarse.
Teniendo en cuenta todo lo dicho, el consumo de servicios de prostitución pervive tanto bajo el modelo tradicional de masculinidad (padre-protector-proveedor) como junto al de identidades masculinas emergentes (porno-copulador-consumidor). No cabe duda que para entender la demanda masculina de sexo comercial se debe tener en cuenta el carácter estructurado y estructurante de los modelos de masculinidad (Connell, 2003 Bourdieu, 2000). Para ello, es preciso acudir a una serie de hipótesis de partida que remiten a la interconexión compleja de sistemas de estructura-acción que apuntan a distintas variables: una estructura de oportunidad favorable en un contexto legislativo propicio y una ocasional connivencia entre autoridades e industria sexual; unos lobbys mediáticos que legitiman y publicitan a esta industria sexual floreciente y organizada; un cambio en el paradigma afectivo sexual de una población; una cultura emocional patriarcal dominante y un modelo de masculinidad hegemónica que pivota en una idea hipersexual de la virilidad (De Miguel, 2015). En efecto, las estructuras de poder y la cultura afectivo-sexual y política trabajan en contra de la equidad de género. Existe una estructura preexistente que se superpone a toda interacción personal y que se caracteriza por la relación de poder, opresión y subordinación de las mujeres en prostitución, siendo “puteros” y dueños de la industria sexual los beneficiarios de un sector que roza, en muchas prácticas, el ámbito criminal.
En nuestro país existe una situación estructural favorable debido a una legislación laxa y una falta de voluntad por parte de algunas autoridades de perseguir las actividades delictivas de esta industria sexual. Paralelamente, existen unos lobbys mediáticos que legitiman y publicitan esta industria sexual. Los cambios experimentados en el paradigma afectivo-sexual junto con los nuevos modelos de masculinidad hegemónica, también han favorecido la industria de la prostitución. En definitiva, para que se establezca una masculinidad hegemónica debe haber correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional, así los niveles más altos del mundo empresarial, militar y gubernamental entregan un despliegue corporativo bastante convincente de masculinidad. La socialización a través de la pornografía mainstream y el sexismo tóxico de los mass media, que promueven un patrón erótico-misógino, junto con la ausencia de una educación afectivo-sexual (cathesis) reglada y el dominio de las lógicas neoliberales, están generando una subcultura afectivo-sexual que sigue favoreciendo el consumo masivo de prostitución por parte de la población masculina de nuestro país.
Es necesario considerar que en países vecinos como Francia, recientemente se ha aprobado una ley (6 abril de 2016) que aborda esta realidad a través de una batería de medidas que contemplan el ámbito de la educación reglada, campañas sociales de sensibilización contra la mercantilización de los seres humanos y la penalización de los “clientes” de prostitución, ya que esta ley los considera el elemento clave en el que descansa la dinámica industria sexual con la consiguiente perpetuación de las situaciones de esclavitud sexual y de trata de mujeres y niños/as en Occidente. En España este debate no está sobre la mesa y apenas ha tenido repercusión mediática este cambio de paradigma legislativo francés, lo que resulta, cuando menos, inquietante.
CONCLUSIONES
España es el país europeo con el consumo de prostitución más alto. No cabe duda que para entender este fenómeno del consumo masculino de prostitución se debe acudir a una serie múltiples variables, en la que destaca un actor clave de la industria sexual: el sujeto demandante de sexo de pago. En esta investigación se concluye que no hay un perfil sociológico de clientes único, sino que la realidad muestra una heterogeneidad de hombres (edad, clase social, ocupación, formación o ideología política) que acuden a los espacios prostitucionales. Además, no se ha podido encontrar un vínculo entre el perfil sociológico de los “clientes de prostitución” y los mapas discursivos de los mismos, únicamente se observa que el discurso consumidor es más habitual entre los jóvenes analizados. Identificamos cuatro categorías de “relatos” de clientes: cliente misógino (cosifica a la mujer), cliente amigo (humaniza a la mujer), cliente consumidor (visión neoliberal-McSexo) y el cliente crítico (arrepentido). En las cuatro tipologías se utilizan argumentos tradicionales, reaccionarios, neomachistas y posmachistas, que discurren entre los polos más suaves y más duros en la escala ideológica patriarcal.
En este trabajo se partió de la hipótesis de que lo que buscan los consumidores de prostitución no es “placer sexual” sino “ser un macho”, o por lo menos, parecerlo a los ojos del grupo de pares. El ámbito prostitutivo funciona como un mecanismo de homosocialidad que genera una “subcultura putera” concreta, cómplice y compartida por el grupo de varones en nuestro país que responde a una forma de cerrar un vínculo de pertenencia a la communitas de la masculinidad (Turner, 1988) en donde el consumo colectivo de prostitución se revela como un rito fundacional del “ser hombre”. En la consecución de una identidad masculina, los varones de nuestro país acuden a espacios de homosocialidad como los burdeles para reafirmar su virilidad, en un contexto neoliberal de ausencias de referentes educativos en lo afectivosexual entre los agentes de socialización principales, que es cubierto por un discurso mediático sexista y un relato porno-maistream misógino y falocéntrico.
En la actualidad hay una tendencia de crisis, un colapso de la legitimidad del poder patriarcal derivado de los efectos del movimiento global de emancipación de las mujeres. Por todo ello, es necesario señalar que actualmente coexiste una mirada humanista que está promoviendo un cambio en el modelo sexual que está forjando la apertura de nuevos espacios para aniquilar el sexismo y que está generando el desgaste del modelo de varón impositivo y violento. El fin último de este trabajo es contribuir a la construcción de una nueva epistemología social que sirva para realizar sólidas críticas al modelo binario de género, creador de contradicciones, desigualdades y ambigüedades en las relaciones de género, y así dar paso a nuevo orden sexo-genérico fundado en nuevos paradigmas ideológicos y materiales que alteren unas estructuras de poder distópicas y una débil cultura afectivo-sexual que trabaja en contra de la equidad y de los derechos humanos.
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